Ni blindados nos salvamos
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Ni blindados nos salvamos


He llegado a pensar que esto es una leyenda urbana, aquí va como me la contaron…


Paciencia y resignación, las dos palabras que de lunes a viernes Juan Carlos tenía en su mente entre 5:30pm y 7:00pm. La inmensa marea de carros absolutamente detenidos en la autopista era la imagen diaria que acompañaban sus atardeceres. No había un soundtrack específico para este momento. Por un tiempo era la voz de Marta Colomina y Pedro Penzini, luego vino Alba Cecilia y Sergio y en estos últimos meses un podcast para aprender francés (algún día, más temprano que tarde, Juan Carlos se iría del país tal como lo estaba haciendo la mayoría su mundo conocido).


Juan Carlos estaba de mejor humor esa tarde. Había blindado su camioneta y por fin podía usar su celular a su gusto y sin miedo. La inversión fue importante pero valía la pena, él no iba a arriesgar su vida como tanta veces había visto a tanta gente hacerlo.


Siempre era la misma escena: el tráfico paralizado, cientos de carros prácticamente estacionados debido a la mala gestión en vías de comunicación de la ciudad, imposible avanzar o retroceder. Dos hombres en una moto china barata rodean los autos hasta que ven el ansiado tesoro: un BlackBerry, IPhone o Galaxy, el que esté de moda. Con el arma que llevan escondida en la chaqueta tocan la ventana del conductor, quien está sin escapatoria alguna le da el preciado artefacto o recibe un disparo y los malandros igual se quedan con el celular.


El mundo era suyo, lo único que lo detenía de ser feliz en su ciudad natal era la inseguridad y ahora estaba controlada. Por supuesto, su desparpajo al usar su celular fue notado por el malandro de turno quien no dudó en tocar el vidrio de su camioneta con su arma en la mano. Era el momento que Juan Carlos había esperado y pagado (bien caro), sin pensarlo miró al asaltante a los ojos y señaló el vidrió indicando que su camionera estaba blindada.


El malandro sin inmutarse, volvió a pedirle el celular y agregó el reloj de pulsera en sus peticiones. Nuevamente, y con una sonrisa, Juan Carlos se negó. El delincuente sin perder la compostura, retrocedió en su moto utilizando sus pies como único motor. Juan Carlos se creía vencedor, aunque no le perdía la pista desde el retrovisor. El malandro, que seguía con el arma en la mano, se dirigió al carro justo detrás, un Twingo dos puertas de color azul. Paso siguiente amenazó a la conductora, la sacó del carro y la llevó cual rehén, con armar en sien incluida, a la ventana de Juan Carlos y bien alto le dijo: “Mamaguevo, o me das en celular y el reloj o la mato aquí mismo”.


A Juan Carlos se le olvidó que vivir en Caracas implicaba elegir entre dilemas inesperados como entre entregar tu celular (y quien sabe que más) o dejar que maten a una pobre inocente cuyo único error era estar detrás de tu camioneta.


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