Cuentos de Hadas a la Venezolana: La Princesa y el político… o lo que
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Cuentos de Hadas a la Venezolana: La Princesa y el político… o lo que es lo mismo, el sapo


Érase una vez un reino muy hermoso llamado Venezuela, pero con muy mala memoria donde los políticos hacían y deshacían con impunidad y por culpa de estos políticos millones de personas sufrían y mucho.

Luis Mario Beltrán era uno de esos políticos venezolanos, para efectos de este cuento ustedes pueden elegir si Luis Mario era:

  1. Un político adepto al gobierno que robaba a diestra y siniestra, se hacia la víctima ante las cámaras de televisión donde mentía y mentía descaradamente. Tenía decenas de testaferros para administrar y cuidar el dinero robado y sólo le importaba su bienestar persona. Por supuesto hablaba de socialismo del Siglo 21, mientras andaba de compras por Miami hasta que los gringos lo sancionaron.

  2. Un político que decía ser de la oposición, que luchaba por un mejor país, que quería acabar con la corrupción, que buscaba un cambio de gobierno, que salía en la televisión denunciando la tiranía, pero que después de tantos años trabajando por el país, todo sospechaban que pactaba con el gobierno, también estaba metido en negocios dudosos.

  3. Un político de oposición que de verdad quería cambiar las cosas y acabar con la tiranía, pero que no era lo suficientemente inteligente, astuto o capaz de derrocar o herir al oficialismo, así que era como un cenicero de moto.

En cualquiera de los casos de Luis Mario había sido un chico de origen medianamente humilde que desde que estaba en la universidad se metió en la política ganado sus primeras elecciones y ejerciendo sus primeros cargos públicos desde muy joven.

Aunque sus intenciones en un principio eran buenas, poco a poco se hizo un populista, que siempre bien recibido en Venezuela. Cuando ya era un político destacado ejerciendo un cargo importante, hacía de todo menos lo que le tocaba hacer como funcionario público olvidando muchísimas veces la realidad del pueblo.

La vida de Luis Mario cambió completamente un miércoles de octubre. Visitaba un barrio muy pobre en plena campaña política por un nuevo cargo cuando una señora de unos sesenta años muy humilde se la acercó y le comenzó a pedir ayuda. La mujer le contaba sobre las penurias del barrio, la falta de salubridad, luz, agua, alimentos y seguridad y le suplicaba porque los ayudara.

Lo cierto es que Luis Mario en ese momento estaba cansado, acalorado y las cámaras de televisión ya habían abandonado el lugar, lo que le pasaba la señora no importaba para nada, así que se quitó todo disimulo y fue bastante grosero, incluso casi empuja a la mujer para poder irse pronto de aquel horrible barrio.

Lo que no se esperaba mujer en una bruja poderosa y sobre todo rencorosa, de descendencia aborigen mezclada con babalaos y con alma de suegra cizañera. La bruja simplemente se levantó, lo agarró por la barbilla dijo unas palabras en yanomami, convirtiendo a Luis Mario y sus amigos (no se preocupen por ellos que no eran mejores que el político) en sapos. Unos sapos bien grandes, gordos y verdes.

Al menos la bruja tuvo la gentileza de llevarlos a otro lugar antes de que un carro los pisara. La mujer eligió un riachuelo en lo alto de la ciudad. Era un lugar hasta bonito que cada vez que llovía fuerte (es decir, todos los años entre mayo y septiembre) el río se desbordaba y colapsaba la ciudad.

pero también era lo bastante coño de madre como para no explicarles que la maldición se le quitaría con el beso del verdadero amor y como para hacerlos hablar sólo cuando un político rechazaba robar o firmar un chanchullo, así que básicamente sólo croaban.

Por supuesto, el país se preguntó qué había sido de Luis Mario y sus amigos, los buscaron, algunos pensaron que habían sido secuestrados por la guerrilla, el narcotráfico, la oposición, el gobierno, otros que eran presos políticos, o que los gringos o los rusos estaban detrás. La búsqueda, como todo en Venezuela, duro máximo una semana, cuando algo más importante surgió y todos se olvidaron de ellos y siguieron con sus vidas.

No muy lejos de allí vivía Princesa Coromoto González, una joven de cuerpo ovalado, piel canela, cachetes gordos y cara hermosa. Princesa era alegría del barrio, bueno para no sonar mal, ella era una mujer llena de energía positiva. Lo cierto es que Princesa era la gordita de la casa, pero los últimos años había perdido mucho peso, no era por culpa de Sacha fitness o de una dieta milagrosa, la verdad es que toda Venezuela había perdido mucho peso por la falta de alimentos.

Cual leyenda urbana, Princesa había escuchado a su familia contar como décadas atrás los supermercados venezolanos podía competir con los gringos llenos de productos nacionales e importados como la crema batida, las vitaminas de Los Picapiedras, pasta de dientes multicolores, chicle que se vendía por metros y chocolate italiano.

Ella nunca vio esos productos, pero si recordaba de niña supermercados normales y sobre todo recordaba como la escasez comenzó poco a poco. Primero fue el aceite, desapareció de un día para otro, y fue buscado por todo el país como si fuera un tesoro. Incluso, empezaron a usar Twitter para informar los mercados que tenía el preciado producto y correr a comprar un máximo de dos botellas por persona.

Al aceite lo siguió la leche en polvo, (que no volvió más nunca más) y con ella la leche descremada, las toallas sanitarias, la carne regulada, el pescado, la harina pan y poco a poco todos los supermercados que en el año 2001 podían compartir con los gringos se convirtieron en grandes locales llenos de estantes vacíos.

Pasó lo mismo con las farmacias, las tiendas de ropas, las jugueterías, las librerías, las ferreterías y las quincallas. Los centros comerciales o grandes bulevares se transformaron en cementerios de tiendas, o pueblos fantasmales que recordaban una prosperidad que no volvería.

En casa de Princesa no sobraba el dinero, así que la comida se fue convirtiendo en un lujo. Para su suerte, no tenían niños ya que la familia la conformaban su mamá, su hermano y su abuela. Al ser todos adultos podía evadir el tema. Cuando empezaron a comer sólo dos veces al día lo justificaron con que practicaban el ayuno intermitente.

Como siempre en Venezuela, se inició un mercado paralelo de comida y otros bienes básicos llamados los bachaqueros. Era posible conseguir comida, pero a precios extravagantes y dolarizados. Una familia clase media o clase baja no podía pagar los precios de los bachaqueros, y los que sí podían pagarlo, no es que tenía muchas marcas para elegir, pero al menos podían comer.

Princesa no quería perder su optimismo, así que decidió que ella lo que tenía era ansiedad y no hambre, que su estomago deliraba no por la arepa casi vacía del almuerzo o la cena sin proteína, sino que era el stress. Para combatir la supuesta ansiedad empezó a ver programas de cocina, pensando que así el cerebro engañaría al estómago. Esto no le quitó el hambre, pero le hizo descubrir su nueva pasión.

Los nuevos conocimientos culinarios hicieron que al menos la poca comida que había en la casa estuviera llena de sabor, diferentes tiempos de cocción y texturas. Gracias a Gourmet Channel, la edición de varios Master Chef, Final Table, descubrió nuevas proteínas como el canguro, gusanos, insectos, pulpo, ranas y chigüiros.

Fue por esa época en que el hambre hizo desaparecer a todos los perros y gatos callejeros. Nadie quería hablar de eso, pero las carnes que se vendían en el mercado negro eran algo dudosas. Cuando los animales callejeros empezaron a escasear, comenzaron a desaparecer las mascotas y animales de los zoológicos. Princesa le tenía prohibido su familia comprar cualquier carne de dudosa procedencia, era mejor ser vegetariano, pese a que el hambre en su casa se traducía en caras demacradas, piel opaca, el cabello pajizo y falta de energía.

Princesa solía salir los domingos a caminar, más que por hacer ejercicio, para distraerse, olvidar los problemas y respirar aire fresco. En uno de esos paseos, por distraída y porque la lluvia lo había desviado, terminó parando en el riachuelo donde Luis Mario vivía como sapo.

Al ver los sapos, Princesa se pegó un buen susto. Es que eran tan gordos y verde vívido que era imposible no alejarse al verlos. La protagonista se dio la vuela y se fue a la casa. Ya de vuelta en su cocina, pensó en lo gordos y grandes que eran los sapos, también que los franceses comían ranas y que sabía parecido al pollo. La verdad es que el chavismo hizo que los venezolanos tomarán decisiones insólitas, como decidir que comer un sapo era mejor que comer un perro o un gato.

Princesa aprovechó un martes que su familia tenía que hacer un par de diligencias en el banco y pedir una copia de una partida de nacimiento, lo que significaría que estarían todo el día en la calle para ir de nuevo al riachuelo. Esta vez fue preparada con unas bolsas de plástico, un gancho de ropa, tirro y un recogedor. Tardó dos horas, pero lo logró, atrapó todos los sapos. Su principal obstáculo fue el asco porque los sapos estaban tan gordos que no podían ni saltar.

Al llegar a casa, puso a los sapos en unos tobos y los tapó mientras buscaba el resto de los utensilios que necesitaba. De pronto, escuchó una voz masculina pidiendo ayuda, corrió a la ventana, pero no pasaba nada. A los cinco minutos, escuchó la misma voz y de nuevo, no encontró nada, pese a que el sonido era casi como si ocurriera dentro de la casa

Princesa estaba más nerviosa que nunca. En su vida había maltratado ni a una cucaracha. Abrió el tobo y sacó al sapo más grande colocándolo encima de la mesa. Para su sorpresa, el sapo se quedó quieto, tenía sus ojos fijos en Princesa como si supiera lo que estaba pasando, incluso parecía que quisiera decirle algo.

Fue en ese momento cuando Princesa se acordó de todos los cuentos infantiles que había leído en libros y visto en películas donde sólo había que besarlo para convertirse en un príncipe. Qué buena falta le hacía un príncipe (o una princesa, a veces ella no estaba clara) que además de amor, le ayudara con el dinero. Eso de ser felices para siempre es muy persuasivo.

Princesa tuvo un presentimiento, algo le decía que ese sapo era importante. Se rió de sí misma, pero no se consideraba una loca, Venezuela era el reino de los insólito donde en una cuadra se podían estar matando manifestantes y militares y en la otra un restaurante estar lleno de clientes comiendo como si nada, donde pueden encontrar al segundo hombre más buscado del FBI en un centro comercial, donde un niño pobre podía convertirse en un pelotero millonario, donde una miss en enemiga de Donald Trump, donde se pueden tener dos presidentes, dos tribunales supremos y dos asambleas. Por lo tanto, que un sapo se convierta en príncipe, no era tan descabellado.

El sapo la seguía viendo fijamente sin moverse. Princesa se le fue acercando poco a poco sin dejarse de ver a los ojos. Sus bocas estaban muy cerca, ella podía oler el río y el barro de su piel, el sapo movió la boca como si fuera a decir algo. Princesa se detuvo, de verdad pensó que podían salirle palabras, pero sólo lo escuchó croar. Los labios de Princesa estaban a centímetros de el sapo, allí supo lo que tenía que hacer…

De un sartenazo mató al sapo y luego siguieron los otros. Luego les quitó la piel como aprendió en un tutorial de Youtube, los picó en pedacitos y los congeló. Al llegar la familia, disfrutó de un manjar de pollo a la naranja, era la primera vez en años que comían una cena así. Los sapos bien administrados, les dieron para comer como dos meses.

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