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Cuentos de hadas a la venezolana: Blanca Nieves y el 11 de abril de 2002



Érase una vez en un país muy politizado donde familias, amigos y conocidos dejaban de hablarse por años por tener tendencias políticas rivales. Un país que llevaba tres años aprendiendo el significado de la palabra democracia, descubriendo qué es más que votar y quejarse, es tomar decisiones, protestar, luchar, y sobre todo entender que no pueden dar la democracia por sentada.


En la Venezuela de 2002 vivía Blanca Carolina Orozco, Kita para los amigos y la familia. Kita vivía en Caracas pero era oriunda de Mérida. En la ciudad andina vivió hasta que terminó el bachillerato con su mamá, su hermana y su abuela, disfrutó de una infancia rodeada de picos nevados andinos, un clima envidiable, la facilidad de disfrutar de la calle y con la heladería los mil sabores.


Fue terminar el colegio e irse a Caracas (mala decisión por dónde lo veas). En la capital comenzó a vivir con su papá, su madrastra y sus dos hermanos menores. Vivir con la madrastra no era fácil, pero tampoco era una pesadilla, obvio la mujer tenía preferencia por sus propios hijos, pero mientras Kita no le diera trabajo en esa casa no había problemas.


Lo que hacía de Caracas un lugar mágico para la muchacha era vivir cerca de su hermano Moncho y sus siete sobrinos. Moncho era un hombre que daba mucho trabajo, tenía siete hijos con cuatro mujeres diferentes: Pocho, Toto, Cholo, Tom, Rodolfo, Otto, Pololo. Si bien Moncho no era un buen esposo, si era un buen padre, los niños siempre andaban por la casa, incluso Kita hacia las veces de niñera con ellos.


El gran problema entre Kita y su familia capitalina eran las preferencias políticas. Kita como buena gocha nunca le había gustado el presidente Hugo Chávez, pero su familia lo amaba. La decisión familiar fue no tocar el tema bajo ningún concepto.


La muchacha era una opositora activa. Participó en la marcha de aquel 23 de enero de 2002, la primera gran marcha en contra de Chávez. Kita quedó fascinada con la multitud de personas que se pusieron de acuerdo para unir sus voces para expresar su desacuerdo con el gobierno. Por ello, cuando se convocó a paro nacional el día 9 de abril, ella estaba feliz. No fue a la universidad, y le rogó a su papá, madrastra y hermano que no fueran a trabajar sin obtener ningún resultado, lo que sí logró fue que hicieran mercado y no fue por mérito propio, en realidad era producto del trauma que tenía la familia con el Caracazo en febrero de 1989.


Cuando el paro continuó el día 10 abril, Kita estaba feliz. Eso significaba que las medidas estaban funcionando, que realmente le afectaban al gobierno, pronto lograrían detener a Chávez. Por estos mismos motivos la muchacha decidió ir a la convocatoria del 11 de abril en el este de la ciudad.


El plan esta encontrarse con sus amigos en la Plaza Altamira para llegar al centro de la de la concentración en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco (CCCT). La sorpresa fue que su sobrino Rodolfo quería ir con ella. El muchacho estaba entusiasmado por lo novedoso y lo multitudinario del evento más que por un sentimiento político. Hoy en día pensar que un niño de 15 años asista a una marcha suena a locura, pero en aquellos tiempos no había miedo, o quizás no había imaginación. Moncho aprobó que su hijo fuera a la marcha.


Tía y sobrino llegaron temprano a la concentración permitiéndoles estar al frente de la tarima, pero fue poco lo que pudieron escuchar de los líderes opositores, el sonido era terrible y el ruido casi insoportable. Es ruido que comenzó como un murmullo, se convirtió en un coro que cantaba “para Miraflores”. Al cabo de unas dos horas, la orden fue dada, la marcha iría de este a oeste para llegar al palacio presidencial y pedirle a Hugo Chávez que renunciara. La euforia del momento hizo que tanto Kita, su grupo y los cientos de miles de personas que se agolparan considerarán que era una idea lógica, incluso buena y por supuesto efectiva ¿por qué habría que dudar que todo saldría como lo planeado.


El grupo siguió a la marcha que usó como vía la autopista que irónicamente hacia el camino más largo que usando las calles. Kita nunca supo si fue el sol inminente en sus cabezas, la multitud gritando “Ni un paso atrás”, o los rumores que transmitían quienes llevaban un radio AM que se dedicaban a pasar la información de los noticieros en un mundo sin dispositivos inteligentes ni redes sociales, pero ella temía lo peor.


En la universidad Kita leyó “La Noche de Tlatelolco” de Elena Poniatowska. En la novela, una de las voces que narra el 2 de octubre de 1968 era una joven que asistió con su hermano pequeño a la protesta que terminaría masacre donde murió el joven en vez de la universitaria. La novela llegó desde lo más profundo de la memoria ese día, Kita por instinto elevó la mirada hacia los pocos edificios que rodeaban la autopista, incluso tomó la decisión mental de que en caso de ser atacados ella arroparía a su sobrino, la vida de Rodolfo estaba por encima de la suya. Blanca decidió no compartir sus oscuros pensamiento con sus compañeros, no quería alarmarlos con ideas tan disparatadas.


Después de caminar unos treinta minutos, estando a la altura de Chacaíto, el grupo decidió tomar un atajo al centro de la ciudad usando el metro para llegar de primeros exigirle a Chávez que se fuera de Miraflores, de nuevo la iniciativa sonó fabulosa.


El recorrido en el subterráneo no tuvo incidentes, no estaba tan lleno como de costumbre, los pocos pasajeros también eran parte de la marcha, eran fáciles de identificar con sus banderas y vestimentas tricolor.


Al salir de la estación de “El Silencio”, la realidad les explotó en la cara. Había militares por doquier, partidarios del gobierno, la calle cerrada, periodistas, pocas personas de la marcha y ningún dirigente opositor. Llegar a Miraflores parecía imposible, había que pasar por una serie de obstáculos, policías y militares. Instintivamente Kita tomó la mano de su sobrino, estar juntos era la prioridad.

El grupo no sabía qué hacer, si seguir adelante hacia Miraflores, esperar al resto de la marcha, o regresar a casa. Entre los pocos participantes de la marcha que estaban con ellos, había un grupo que esparcía rumores como que los militares le habían pedido a Chávez que se fuera, o que Chávez prometió usar la fuerza a quien se atreviera a acercarse a Miraflores, o que los canales de televisión rompieron la censura de las cadenas nacionales usando pantalla partida donde colocaron imágenes de la marcha. A todas estas, el celular de que ya no tenía señal y no podía avisar a sus familiares que estaban “bien”.


Bastó el sonido de una bala para que el caos se desatara. Todos comenzaron a correr en distintas direcciones, temían por sus vidas, no sabían de dónde venían los disparos. Rodolfo soltó su mano, una persona cayó al lado de Kita, ella no podía respirar, otro cuerpo cayó más adelante. Seguía sin ver a Rodolfo, seguía corriendo, detenerse significaba ser un blanco fácil para quien fuera que estaba disparando. Era como estar en un bosque y ser la presa de un cazador que sólo tenía el objetivo de matar. Sin darse cuenta Kita lloraba sin control.


Corrió sin parar hacia las calles paralelas a la avenida principal que constaban de pequeños de edificios de viviendas. Uno de los bloques tenía la puerta abierta y una señora le hacía señas para que entrara. La mujer se llamaba Iraima, la condujo hasta su apartamento en el segundo piso. Kita no podía hablar, tenía el corazón acelerado y estaba ahogada del susto. Apenas se sentó en la sala de la samaritana, se le nubló la vista.


Blanca no supo cuánto tiempo estuvo desmayada, solo que al abrir los ojos había muchacho bastante atractivo delante tomándole la tensión.


-Hola soy José Manuel, vivo aquí. Mi mamá fue la mujer que te ayudó. No te preocupes, estudio medicina estoy revisando tu tensión y tu pulso.


-Yo soy Blanca. Tu mamá fue un ángel conmigo.


-Sí ella vale oro. Estaba en la puerta del edificio porque me esperaba, yo también estaba en la marcha. Llegue como cinco después de que te desmayaras.


-¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?


-Unos veinte minutos, fue una baja de tensión. Tómate este té de manzana con canela, te sentará bien.


Kita siguió el consejo, el té sabía bastante a manzana, estaba muy dulce y a buena temperatura. José Manuel le explicó que después de los disparos en el centro de la ciudad hacia los participantes de la marcha, no había ninguna información concreta. Se sabía que había personas heridas y asesinadas, no había números concretos, podían ser decenas o miles. Tampoco se sabía a ciencia cierta quién había disparado, sólo se pudo ver a tres pistoleros en Puente Llaguno atacando la marcha, el periodista que consiguió la toma tuvo que esconderse por horas como había hecho Kita. Tampoco se sabía dónde estaba el presidente ni la plana alta del gobierno, solo algunos militares de alto rango habían hablado ante las cámaras repudiando lo ocurrido en el centro de Caracas.


-Deberías llamar a tu casa. Deben estar preocupados.


Fue en ese momento cuando todos los sentidos de Kita volvieron a la realidad. La muchacha empezó a llorar desesperada, ni José Manuel, ni Iraima sabía como calmarla. Kita tardó unos diez minutos en poder explicar lo sucedido con su sobrino Rodolfo. Madre e hijo la convencieron de que su sobrino estaría bien en algún edificio aledaño, que debía llamar a su casa porque seguro ya sabrían el paradero de Rodrigo.

Las manos de la muchacha temblaban mientras marcaba los números de su casa, fue su madrastra quien atendió el teléfono, sonaba realmente preocupada. La pesadilla continuó cuando supo que su sobrino no se había comunicado con la familia. Acordó con su papá a que esperarían a que la situación se calmara para irla a buscar.


Fue en la casa de Iraima y José Manuel donde Kita vio cómo los noticieros no sabían explicar qué pasaba, donde supieron un fotógrafo había sido asesinado junto al menos con una veintena de personas, que había rumores de movimientos en el Aeropuerto de La Carlota en Caracas porque personas cercanas a Chávez querían escapar del país, pero no los dejaron. Toda esta avalancha informativa ocurría con el silencio absoluto de las calles de fondo y con Iraima y José Manuel tratándola como una reina.


Gracias los canales extranjeros que sintonizaban por cable supieron que Chávez no estaba en Miraflores por culpa de la matanza de la marcha, incluso decían desde España o desde Miami, que el Alto Mando Militar se dirigiría al país en cuestión de horas. Lo hicieron. El General Lucas Rincón apareció ante las cámaras para decir que

el alto mando había solicitado la renuncia al presidente Chávez y la cual él había aceptado. El silencio seguía siendo el protagonista en las calles.


Fue al día siguiente, 12 de abril, en la mañana cuando pasaron por ella su padre y su madrastra. La pareja se detuvo a agradecer a José Manuel y a su mamá por todo. Ya camino a casa le comunicaron a Kita que aún no sabían de su sobrino. Su hermano había ido a la Morgue de Bello Monte, había muchos cuerpos, más de los habituales en la segunda ciudad más peligrosa del mundo, gracias a Dios, ninguno era el de su sobrino. Todavía había esperanzas de que estuviera vivo.


Ya en casa, mientras se deshacía en lágrimas, remordimiento y preocupación por su sobrino, vio en cadena nacional como Pedro Carmona Estanga (El Breve) pasó de ser presidente de la cámara de empresarios, líder opositor, a autoproclamarse presidente de Venezuela, también le cambió el nombre al país y armó nuevo gabinete ejecutivo. Los medios también cubrieron el momento en que un grupo de personas intentaron pegarle al entonces diputado Tarek William Saab porque fue el único miembro del partido político de Chávez que no estaba escondido. Otra importante noticia fue el intento de entrar en la embajada de Cuba por parte de otro grupo de personas, mientras el alcalde de turno, además opositor, Henrique Capriles, luchaba por evitarlo. Se mantenían el silencio en las calles.


Fue el día domingo, 13 de abril, cuando lo encontraron a Rodolfo. Había estado inconsciente por dos días en un hospital público, le habían disparado en la cadera, “por suerte” las balas no tocaron ningún órgano, también había sido pisoteado por una avalancha humana confundida y asustada al momento de los disparos.


En horas de la tarde, justo cuando salían hacia al hospital Kita, su papá y madrastra, el silencio de los últimos tres días se deshizo con el alboroto provocado por motos y disparos. Por la televisión vieron que la alta plana del gobierno de Chávez junto con lo que se podrían catalogar como criminales de barrio, asaltaban las calles de Caracas, unos minutos más tarde William Lara que era el presidente de la Asamblea Nacional juramentó a Diosdado Cabello, el vicepresidente del país, como presidente interino. La acción significaba que la oposición había perdido la partida.


En la madrigada de aquel domingo, Hugo Chávez Frías volvió. A través de una cadena nacional, contó toda su bitácora que incluía un arzobispo, la isla de Orchila y lavar sus interiores.


El silencio reino de nuevo. El lunes, 14 de abril, los venezolanos no sabían qué hacer ¿ir al trabajo, a la escuela, a la universidad, al banco? ¿La vida volvería a ser la misma? Lo fue. El martes, 15 de abril, todo volvió a la normalidad, para el fin de semana el país actuaba como si nada hubiera pasado.


Rodolfo tuvo una larga recuperación, pudo ser más rápida pero la precariedad del hospital público no se lo permitió. Le costó años de terapia y psicólogo sobreponerse al 11 de abril de 2002.


José Manuel se comunicó muchas veces con Kita, para saber sobre Rodolfo, de ella, para comentar sobre el regreso de Chávez, y así hasta que la invitó a salir.


Este cuento podría terminar con la moraleja de que Blanca Carolina Orozco conoció al amor de su vida en uno de los momentos más tristes, logrando un final feliz, pero no hay finales felices durante ni después del 11 de abril de 2002. Ninguno de nosotros volvió a ser el mismo después del 11 de abril, el día que el terror llegó a nuestras vidas para quedarse.

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