Cientos de poemas de dolor y una revolución desesperada: Año 2017
¿Se puede mesurar el dolor?
Ciento cincuenta y siete asesinados,
miles de presos políticos,
seiscientos heridos.
Cambios: ninguno.
Desesperación. Hambre. Indignación.
Cansancio.
Millones mueren sin comida,
millones de niños no aumentan de talla,
millones de enfermos no son curados,
es el cliché del túnel sin salida.
Votamos.
Ganamos dos tercios de los diputados.
La única victoria política en dos décadas.
El gobierno la eliminan con una firma.
La Asamblea Nacional desaparece.
Empieza la guarimba, las protestas.
El gobierno se retracta,
Pero no detiene la maquinaria
de muerte.
El terror es su repuesta.
El mundo opina.
En la OEA se reúnen, hablan,
hablan, hablan, y a veces exponen.
No hacen nada.
Al menos, Amalgro lo intenta.
EEUU y la Unión Europea regalan
sanciones. Al menos lo intentan.
Al final son sólo titulares de prensa,
todo se queda en palabras
Nos preguntamos
cuántos queremos cambiar el país.
Por primera vez se vota de verdad.
Plebiscito lo llaman.
Siete millones dicen presente.
La oposición no sabe qué hacer
con tanto voto.
Promete, anuncia,
sólo palabras nunca hechos.
Confundidos. Dispersos. Enfrentados. Moribundos.
El gobierno da su estocada final.
Inventa una Asamblea Constituyente,
ilegal e imposible.
El poder es capaz de todo.
Hacen la Constituyente realidad.
Cuatro meses y siete días después,
incontables protestas,
ciento cincuenta y siete cadáveres
(sin contar los del hampa),
miles de encarcelados,
(torturados, violados y maltratados),
cientos de heridos
(sin medicina ni doctores).
Veinticinco millones de almas rendidas, agotadas.
No valió la pena.
Nada cambió.
Sí, el dolor tiene mesura: Venezuela.
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