7:00 pm: Sólo queremos ir al cine
No hay nada que me haga más feliz que ir al cine. Pese a que se ha puesto carísimo, trato de ir todo el tiempo, siempre me veo todas las películas de la cartelera. Tengo suerte, mi oficina queda en un centro comercial al este de la ciudad. Se llama “Concresa”. Es un mall que se quedó en los años ochenta con pisos marrones, luces amarillas, paredes oscuras, estoy segura que todavía hay una tienda que vende CDs en alguna parte. Muchos de los locales están vacíos y la feria de comida no es muy interesante.
Eso sí una de las mejores pastelerías de la ciudad está allí. Profiteroles rellenos de crema de chocolate con una perfectamente dulce ganache de chocolate oscuro y milhojas siempre frescas, o tartaletas de frutas con la cantidad de glaseado necesario y crujiente base. Este lugar y el cine compensan el hecho de trabajar en esta máquina del tiempo.
Tengo un novio, Gustavo, llevamos juntos algo más de dos años. Ya pasé los veinticinco, así que la idea de una boda está allí. Por ahora estamos ahorrando para comprarnos un apartamento, conseguir la inicial no está fácil y yo estoy negada a vivir en el anexo de la casa de sus padres. Cada vez que estamos cerca de la cifra todo sube de precio, la inflación nos golpea y tenemos que seguir ahorrado. Últimamente cambiamos el dinero a dólares. Ya hemos viajado con Cadivi para pasar la tarjeta de los dólares de viajero y hasta hemos aprendido a comprar bonos de la república.
Por ahora, cada uno vivimos con nuestros papás. Cuando mis suegros se van de fin de semana a Higuerote aprovechamos puedo dormir allí, de resto no sale hotel. En mi casa, él no puede pasar de la sala, mis papás son muy conservadores.
Para ahorrar, básicamente no me compro ropa ni zapatos y salimos poco a comer en la calle, lo único de lujo que tenemos son los celulares, los compramos en Miami el año pasado… los Iphones e ir al cine. Es mi vicio, esos noventa o ciento veinte minutos son mi escape. En ellos me olvido de mis papás, de mis suegros, de mi jefe, de mi compañera de trabajo que no hace nada sino tirarse al jefe, del dinero que no terminamos de ahorrar, de que subí un par de kilos, de la delincuencia, de la inflación, del país y su locura. Sólo tengo que concentrarme en la película. En esa pantalla gigante, los sueños se hacen realidad, el amor supera la adversidad, el malo se muere y hay un final feliz para todos. Es perfecto para evadirme.
Lo que hacemos para no gastar tanto es ir los lunes “populares” y los jueves a mitad de precio, no comemos cotufas, compramos la chucharías en Farmatodo (un Cri-Cri para mi un Carrier para Gustavo) y las escondemos en mi cartera porque sólo se pueden comer dulces que se compran en el cine pero siempre está mucho más caros que en cualquier otra parte. El chico de la entrada, Antonio, nos deja pasar aunque los chocolates se vean en mi bolso.
Generalmente compro los tickets durante el día. Bajo de mi trabajo al centro comercial y los compro con tiempo. Solemos ir a la función de las siete de la noche porque más tarde es muy peligroso, ir a la función de las nueve significa dejar el centro comercial tipo once de la noche, a esa hora lo más probable es que encontremos unos cuantos delincuentes con ganas de sacar dinero a punta del secuestro exprés.
Hoy es jueves, vamos a ver la última película de Brad Pitt, yo lo amo con todo y los seis hijos y Angelina, hacía mejor pareja con Jennifer Anniston… Ese catire me vuelve loca, es el mejor actor del mundo. Gustavo tiene las entradas, yo como siempre las chucharías, saludamos a Antonio como todos los jueves. Todavía el cine tiene cierta luz, la suficiente para elegir nuestros asientos. Siempre trato de agarrar los más céntricos, ni tan adelante ni tan atrás. Hoy el cine está full, tenemos que ponernos en unas sillas pegadas a la derecha. Sólo rezo porque la parejita de atrás no le dé por besarse toda la película, eso lo odio.
Pasan los comerciales de los próximos estrenos (mi parte favorita). Hay varias de superhéroes, las favoritas de Gustavo, una de Disney y otra Misión Imposible de Tom Cruise. Las voy a ver todas. Finalmente, la película empieza. Está flojita, menos mal que mi Brad está allí para salvarla. Gustavo me agarra la mano, se pone celoso con Pitt. Yo le doy un piquito para que se tranquilice, mi bello bello está muy lejos como para ser competencia para Gus.
Ya me he comido la mitad de mi Cri-Cri, la película empieza a mejorar. Alguien abre la puerta por más tiempo de lo normal, la luz está molestando, la imagen en la pantalla dejó de ser nítida. Me volteo a ver qué pasa y veo a tres hombres armados entrando y caminando hacia el centro de la sala. Aprieto la mano de Gustavo, él aún no se ha dado cuenta de lo que pasa.
Es difícil decir cómo son los tres hombres, la luz de la pantalla detrás de ellos no me permite identificarlos. Parecen jóvenes, delgados y de estatura media. Todos llevan cachucha de beisbol y un revolver. Los hombres interrumpen la película:
-Buenas noches señoras y señores, esto es un asalto. Saquen los celulares, las carteras y los relojes. Vamos a pasar puesto por puesto, no queremos comiquitas. Sabemos cuántos celulares hay aquí, el blutú nos lo enseña.
Hubo un silencio general. Sólo se oía la película pero el miedo me hizo oírla como lejana. El hombre que habló se quedó allí en el medio mientras los otros dos pasaron puesto por puesto. Era toda una escena porque no había manera de que caminaran fácilmente por los pasillos. Todas nuestras rodillas los golpearon por mucho que intentáramos no hacerlo.
La mujer de al lado le dijo que no tenía celular. El tipo le pegó una cachetada, le quitó la cartera y de verdad no tenía. Gustavo y yo le dimos todo menos las llaves del carro, no las habían pedido. Y así de simple, durante media hora nos robaron a todos. No tuvieron ni la decencia de tapare la cara.
No me atreví a moverme hasta que no se terminó la película. Tenía terror de encontrarlos de nuevo. El camino a casa fue silencioso, no salíamos de nuestro asombro. Ya ni al cine se puede ir.
Comments